El test de Anne y Sally
Esta prueba se basa en un estudio realizado por Heinz Wimmer y Josef Perner en 1983. Estos dos investigadores diseñaron una prueba con la cual se pretendió evaluar las competencias de niños pequeños para atribuir estados mentales a terceros: «el test de Maxi y el chocolate». En el test, el protagonista de la historia, Maxi, llega a casa con su madre y ha comprado chocolate. Lo pone en la cocina en un armario verde y se va a la calle a jugar, pero luego, cuando él no está, su madre lo cambia de sitio y lo pone en un armario azul sin que Maxi lo vea. Los niños debían inferir adónde iría Maxi a buscar el chocolate cuando volviera a casa. Los investigadores evaluaron a tres grupos de niños: un primer grupo de entre 3 y 4 años, el segundo entre 4 y 6 y el tercero entre 6 y 9. Ninguno de los niños de 3-4 años respondió correctamente, pensaron erróneamente que el protagonista iría a buscarmel chocolat donde estaba actualmente. El 57% de los niños de 4 a 6 años y el 86% de los de 6 a 9 años respondieron correctamente, que como el protagonista no sabía que le habían cambiado el dulce de sitio, lo buscaría donde lo había dejado inicialmente. Rápidamente se pensó que era útil para la psicología del desarrollo porque definía un cambio definido relacionado con la maduración del niño.
Dos años más tarde, en 1985, Simon Baron-Cohen y su grupo modificaron el paradigma del juego e introdujeron dos personajes parecidos: Sally y Anne. La historia es la siguiente: Hay dos niñas que se llaman Sally y Anne. Sally tiene una cesta y Anne tiene una caja. Sally coge una pelota y la mete en su cesta. A continuación, sale de la habitación y se va. Mientras está fuera, Anne saca la pelota de la cesta de Sally y la mete en su caja. A continuación, Sally vuelve a la habitación y se le hacen tres preguntas al niño:
¿Dónde buscará Sally su pelota? (La pregunta de la «creencia»)
¿Dónde está realmente la pelota? (La pregunta de la «realidad»)
¿Dónde estaba la pelota al principio? (La pregunta de la «memoria»)
La pregunta crítica es la de la creencia: si los niños responden señalando la cesta, habrán demostrado que la comprensión del mundo por parte de Sally no refleja el estado real de las cosas. Si, en cambio, señalan la caja, suspenden la tarea, probablemente porque no han tenido en cuenta que poseen conocimientos a los que Sally no tiene acceso. Ellos sí saben que la pelota fue cambiada de sitio. Las preguntas sobre la realidad y la memoria sirven esencialmente como condiciones de control; si cualquiera de ellas se responde incorrectamente, podría sugerir que el niño no entendió bien lo que estaba sucediendo. Este proceso evalúa la Teoría de la Mente, la capacidad para meternos en los pensamientos, sentimientos y expectativas de otra persona.
Rivière y Núñez (1996) la llamaron la mirada mental: una mirada que nos permite «leer» las mentes (utilizando la metáfora de Baron-Cohen, de «mindreading»), y que contribuye a las relaciones tanto cooperativas como competitivas, es decir, a las formas de comunicación y de engaño. En ese sentido, los hombres somos naturalmente «animales mentalistas» (Rivière& Núñez, 1996, p. 20): poseemos la «competencia de atribuir mente a otros, y de predecir y comprender su conducta en función de entidades mentales, tales como las creencias y los deseos».
La Teoría de la Mente tiene su origen en las investigaciones de Premack y Woodruff en 1978. A Sarah, una chimpancé adulta, se le mostraron una serie de escenas grabadas de un actor humano enfrentando una serie de situaciones. Algunos problemas eran sencillos, como la falta de acceso a la comida, mientras que otros eran más complejos, como la imposibilidad de salir de una jaula cerrada con llave, los escalofríos provocados por el mal funcionamiento de un calentador o la imposibilidad de conectar un tocadiscos porque estaba desenchufado. Con cada cinta de vídeo, el animal recibía varias fotografías, una de las cuales representaba una solución al problema. La elección consistente de las fotografías correctas por parte de la chimpancé puede entenderse asumiendo que reconoció que la cinta de vídeo representaba un problema, que comprendió la intención del actor y que eligió alternativas compatibles con ese propósito. A partir de estos estudios pioneros se ha considerado que los seres humanos nos valemos de conceptos mentales, tales como «deseo», «creencia», «pensamiento», etc., para interpretar, explicar y predecir nuestra conducta y la de los otros. Esto significa que suponemos que las acciones humanas son resultado de una interioridad, esa mente interna, con la que constantemente interpretamos a las personas de nuestro alrededor, de manera inconsciente, para dar un sentido a las conductas, que de otra manera nos resultarían opacas y caóticas. Según estos autores, «tener una teoría de la mente es ser capaz de atribuir estados mentales independientes a uno mismo y a los demás con el fin de explicar y predecir el comportamiento».
En el estudio de Baron-Cohen, Leslie y Frith sobre la teoría de la mente, analizaron con el test de Sally y Anne a 61 niños: 20 de diagnosticados como autistas (de unos doce años), 14 con síndrome de Down (de unos once años) y 27 con desarrollo típico (de unos cuatro años de edad). Los resultados fueron comparables para los niños con desarrollo típico y los que tenían síndrome de Down: en ambos grupos, alrededor del 85% de los participantes respondieron correctamente a la pregunta sobre creencias. En el caso de los niños con autismo, el porcentaje de aciertos fue mucho menor, un 20%. El 80% de los que fallaron la tarea, señalaron sistemáticamente la ubicación real de la pelota. No conseguían ver la situación desde la perspectiva mental de Sally. En términos más generales, otros estudios han demostrado que los niños de cuatro años tienden a entender que Sally mirará en la cesta, mientras que los de tres años señalan la caja. Así pues, en esta etapa temprana, los niños parecen tener dificultades para comprender que otras personas pueden tener niveles de conocimiento diferentes a los suyos y que, por tanto, se comportarán de forma diferente a ellos en la misma situación. Esta carencia ha sido planteada como una de las causas de otros déficits característicos que presentan las personas con TEA, como por ejemplo las dificultades en las relaciones sociales, en la comunicación o en la imaginación. A partir de aquí, las investigaciones empezaron a focalizar su atención en otras poblaciones con dificultades, que podrían presentar también un posible déficit mentalista tales como aquellos con trastorno específico del lenguaje, discapacidad auditiva o discapacidad intelectual. La Teoría de la Mente es importante porque necesitamos saber cómo llegamos a comprender que otras personas pueden tener pensamientos, creencias y conocimientos diferentes a los nuestros. Un hito clave en este proceso consiste en desarrollar la noción de falsa creencia; a veces, las cosas que la gente cree sobre el mundo son muy diferentes de la realidad, y esto tendrá importantes consecuencias en la forma de actuar de las personas. El test de Sally y Anne nos da una herramienta sencilla para medir algo aparentemente difícil de valorar.
Referencias
Baron-Cohen S, AM Leslie, U Frith (1985) Does the autistic child have a «theory of mind»?. Cognition 21 (1): 37–46.
Premack D, G Woodruff (1978) Does the chimpanzee have a theory of mind? Behav Brain Sci 1(04): 515–526.
Rivière A, M Núñez (1996) La mirada mental. Aique. Buenos Aires.
Wimmer, Heinz, J Perner (1983) Beliefs about beliefs: Representation and constraining function of wrong beliefs in young children’s understanding of deception. Cognition 13 (1): 103–128.
Autor: José R. Alonso Neurobiólogo. Catedrático de la Universidad de Salamanca. Escritor.
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